SINOPSIS
Ballet inspirado en la peripecia artística y existencial del bailaor Félix Fernández ‘El loco’ y su desgarro interior tras seguir hasta Londres a Diaghilev, Massine y los Ballets Russes para estrenar El sombrero de tres picos.
Un espectáculo de danza sobre la danza. Una reflexión actual sobre el artista y sus demonios. Un vívido elogio de la locura.
Estreno absoluto el 6 de septiembre de 2004 por el Ballet Nacional de España, en el Teatro Real de Madrid.
Presentación
Después de tres temporadas desde mi comienzo en la dirección del Ballet Nacional de España he presentado programas como Invocación, Centenario Antonio Ruiz Soler, La Bella Otero o Generaciones. En esta nueva temporada, tenía muy claro la necesidad de recuperar una obra del repertorio histórico del Ballet Nacional de España como es El loco.
¿Por qué El loco? Por muchas razones. Si nos fijamos en su historia, tiene una gran importancia para la historia de la danza española. El argumento de este ballet cuenta una historia real. El montaje de El sombrero de tres picos para los Ballets Russes. En el intervinieron Manuel de Falla para la composición de la música y Pablo Picasso, con el diseño de escenografías y vestuarios. Una obra maestra en la que también se contó con el personaje principal del ballet que presentamos, Félix Fernández. Un bailaor que tendría una labor fundamental en esa nueva creación: poner el estilo y carácter de la danza española y el flamenco en ese ballet.
Además también me parecía importante recuperar un ballet de argumento con el rol principal para un primer bailarín masculino. El Ballet Nacional de España tiene muchos ballet de argumento, pero casi todos son con intérprete femenina, si exceptuamos el Don Juan de José Antonio. Con El loco se pone en primer plano la figura de un personaje masculino.
Con todo ello, la razón determinante para la elección de este ballet fue su coreógrafo, Javier Latorre. Bailarín y coreógrafo con identidad propia. Vivió una generación en el Ballet Nacional de España en el que se crearon grandes montajes y coreografías. Luego él siguió su carrera en solitario y con su compañía. Creó obras para Eva Yerbabuena, Antonio Canales, la Compañía Andaluza de Danza y el Ballet Nacional de España, entre otros. Pero para mí su coreografía más completa es El loco. Quería darle su lugar, su posición, su sitio a un coreógrafo que fue transición entre Lorca, Granero, Gades y otros muchos grandes de esa época. Fue una obra que se estrenó hace 18 años y que estuvo muy poco tiempo en escena. Se creó entre dos dirección del Ballet Nacional de España y aunque se estrenó en grandes teatros españoles, creo que El loco tenía que estar otra vez en los escenarios con nosotros. Es también un homenaje a un coreógrafo que le ha dado grandes obras al Ballet Nacional de España.
Pero un ballet así como El loco también necesita de otros extraordinarios artistas para su creación y El loco los tenía. La idea original, libreto y dirección de escena contó con uno de los grandes de la escena española, Paco López. Su minuciosidad en su trabajo es ejemplar. En un ballet argumental es fundamental trabajar los personajes y saber definir correctamente las escenas y el argumento con la danza y ahí es donde él deja su personalidad. Un ballet argumental siempre necesita de una gran música y en este caso se volvió a contar con los mejores. Ya no solo por Falla y su Sombrero. Había que crear músicas de mundos y universos distintos y para eso nada mejor que el genio de Mauricio Sotelo. Una gran parte de la obra plasma la esquizofrenia, la locura, la mente enferma del protagonista y es en ese aspecto donde Mauricio hace de la música el vínculo para entender al personaje. Pero también se recrea la vida y los inicios artísticos del Félix, ese viaje a los orígenes, a las noches de los cafés cantantes… ahí es donde se contó con otro grande, con Juan Manuel Cañizares. Esos toques flamencos son los que le dieron vida y locura a nuestro protagonista y él consigue trasladarnos con su música a esos momentos de su vida.
El broche final se dio con la recreación escénica, el vestuario y la iluminación. Jesús Ruiz hace una escenografía y un vestuario que nos permite entrar en todos esos mundos de Félix: un café cantante, los ensayos de los Ballet Russes, el estreno de El sombrero de tres picos, etc. Es un vestuario versátil, capaz de adaptarse con facilidad a las distintas escenas de la obra. Pero para que todo esto llegue de forma clara al espectador se necesita de una iluminación limpia y clara y ahí se contó con la magia de Nicolas Fischtel. Aun siendo una iluminación creada, como todas la obra, hace 18 años, da paso a una iluminación más contemporánea, actualizó la escena con su trabajo.
Creo y puedo decir que el equipo creativo de El loco conformó una obra coral de primera línea que hace de su recuperación un hito en nuestra escena dancística española.
Rubén Olmo, Director del Ballet Nacional de España
A propósito de Félix El loco
I. Félix
Hubo una vez un bailaor de nombre Félix Fernández, al que apodaron El Loco. Debió de nacer en algún lugar de la provincia de Sevilla, allá por los últimos años del siglo XIX, en el seno de una familia muy pobre. De cómo transcurrieran su infancia y su adolescencia, no nos ha quedado memoria cierta; pero es fácil imaginar que el niño Félix debió de crecer en la calle, entre juegos y miserias; lejos de los libros, los números y las escribanías. Y qué duda cabe de que habría compartido su anónimo destino con el de tantos otros desheredados de la fortuna que, en aquellos años tristes de la historia de España, se veían obligados a recorrer los campos andaluces en busca de un jornal o mendigando un cacho de pan duro con aceite; de no ser porque, un día, el baile flamenco se cruzó en su camino.
Probablemente, Félix conocería el flamenco de una manera natural: en las fiestas familiares, en las gañanías, durante las faenas de la trilla o, quizá, presenciando la actuación de algún cantaor de renombre en el transcurso de una celebración religiosa. Lo cierto es que, hacia 1915, nos encontramos con el joven Félix Fernández convertido en un afamado bailaor que goza del mejor cartel en los más populares cafés cantantes de la época. En uno de ellos, el “Novedades”, conocería Félix a las personas que iban a cambiar radicalmente el curso de su vida.
Aquella noche, Félix acababa de bailar la farruca con la fuerza contenida de un volcán a punto de entrar en erupción. Todavía resonaban los gritos de admiración y los aplausos de un público entusiasta cuando Félix fue reclamado desde una mesa para ser presentado a unos ilustres extranjeros. Aquella noche, Félix conoció a Diaghilev, el gran empresario ruso amigo personal del Rey de España; a Massine, coreógrafo, y a Tamara Karsavina, primera bailarina de los Ballets Russes. Diaghilev estaba preparando su nuevo proyecto para los escenarios de todo el mundo: un gran ballet de tema español, en el que participarían el compositor Manuel de Falla y el pintor Pablo Picasso y que llevaría por nombre El sombrero de tres picos.
No acaba de quedar claro si lo que Diaghilev ofreció a Félix Fernández fue un trabajo como maestro de baile para la compañía, con el fin de que le transmitiese un cierto “aire español” a sus maneras dancísticas clásicas; o si se llegaron a acordar que Félix bailase el personaje del Molinero, el primer papel masculino de la obra. Lo cierto es que el 22 de julio de 1919, la noche del estreno en Londres de El sombrero de tres picos, fueron Massine y Karsavina la pareja protagonista.
¿Y Félix? Había desaparecido unos días antes de esa noche, sin dejar rastro. Pero nos lo podemos imaginar vagando perdido por el laberinto de las calles londinenses; rodeado de gente a la que no entiende, que habla una lengua que él no conoce; escondiéndose en cualquier oscuro rincón, hambriento, temblando de miedo y de frío: lamiéndose las heridas de su desesperación, de su fracaso.
La policía lo encuentra en la iglesia de St Martin-in-the-Fields: algunos vecinos, escandalizados, han dado el aviso de que un hombre andrajoso, casi desnudo, baila como un poseso en el interior del templo. La escena no deja lugar a dudas. La policía lo detiene y lo conducen al sanatorio de Epson. El internamiento es inmediato. El diagnóstico médico, irrefutable: esquizofrenia catatónica.
Félix Fernández muere en 1941. Entre la fecha de su ingreso en el manicomio y la de su fallecimiento, las pistas sobre su vida se borran hasta desaparecer. Pero de lo que si tenemos seguridad es de que los de su encierro en Epson debieron ser veintidós años terribles para Félix. Veintidós años larguísimos; en el transcurso de los cuales los momentos de locura se alternarían con otros de insufrible lucidez. Debieron ser veintidós interminables años de dolorosa convivencia de Félix con su fracaso como artista, con los fantasmas de un pasado que le atormentarían sin compasión; con el deseo nunca hecho realidad de volver a esa Andalucía suya de la que, tal vez, nunca debió salir.
Veintidós años con una única obsesión: la de bailar, bailar y bailar, hasta ser capaz de protagonizar esa farruca, esa danza perfecta por la que él, Félix Fernández, sería recordado por los siglos de los siglos.
II. El loco
El ballet
El Loco es un ballet en dos partes, inspirado en la peripecia artística (existencial, por ende) de Félix Fernández García (Sevilla, 1893 – Epson, Gran Bretaña, 1941): una leyenda subyugante y subyugadora en sí misma: su pasión (casi) religiosa por el baile; su desentrañamiento, siguiendo los pasos de Diaghilev, Massine y los Ballets Russes, en Londres; su profundo desgarro interior, al no participar en el estreno londinense de El sombrero de tres picos; su huida, su locura, su muerte en el olvido del asilo de Epson.
Una fabulación autobiográfica que nunca existió: todo nos llega desde la memoria distorsionada de Félix; desde la confusión de su recuerdo fragmentado, obsesivo; desde su mirada esquizofrénica sobre un mundo extraño, enemigo.
Pero, también, un espectáculo que trasciende sustancialmente la historia personal, la hagiografía; para convertirse en una reflexión vívida sobre el artista y sus demonios, sobre los desencuentros del artista con la realidad objetiva, sobre la eterna inadecuación entre el deseo y la realidad.
Y, sobre todo, un espectáculo de danza que tiene a la danza como tema y eje de su discurso.
Sobre la locura
a.
Algunas acepciones de la palabra
‘Locura’: Cualidad o condición del loco.
‘Loco’: Que tiene alterado el juicio o la capacidad de razonar. Que siente un amor o una pasión extraordinarios (por alguien o algo).
‘Con locura’: Muchísimo.
b.
La locura como herencia, como patología.
La Madre del Loco, que ríe y ríe: en su casa, por los campos, en el manicomio.
Félix bailando delante del altar, en Saint Martin-in-the-Fields.
Se levanta acta policial. ¿Nombre?: Félix Fernández García. Profesión: Músico y bailarín. Diagnóstico: esquizofrenia catatónica. Internamiento: Long Grove Hospital, Epson.
c.
La locura del artista: el arte, como acto de enajenación creadora. El baile: pulsión dionisiaca, demoníaca; única, avasalladora, absorbente pasión de vivir.
d.
La locura, resultado de la eterna dialéctica del hombre, del artista: el conflicto entre realidad y deseo. La realidad transformada, en la mente anhelante del artista: son gigantes, y no molinos. El inadaptado, el apocalíptico Félix; perdido en un mundo inmensamente inabarcable. En su maleta hecha de tablas, una farruca.
La locura del Loco ante su espejo: la asunción del verdadero límite, de su dimensión real como artista. El metrónomo puede ser un látigo que fustiga, inmisericorde, el fracaso.
e.
La locura como escapismo vital: para sobrevivir a la vida en la locura.
Paco López, Dramaturgo
Elogio de la locura
La locura, en su justa medida, es un requisito indispensable para dedicarse a cualquier actividad artística; más aún, en un mundo y una sociedad como la actual, donde la cultura es la última en la escala de prioridades políticas, económicas y sociales.
Si además tenemos en cuenta que la danza es la última en la escala de prioridades culturales, podemos llegar a la conclusión de que los que nos dedicamos a esta actividad debemos estar rozando la esquizofrenia catatónica, como Félix. Quizás por eso, cuando le ponen a uno delante un proyecto acerca de la locura, se siente en su hábitat natural.
Es muy poco lo que hay escrito acerca de Félix y variadas las versiones acerca de lo que le ocurrió realmente. Esto que, en principio, pudiera parecer un lastre a la hora de construir la obra ha permitido, al final, que las imaginaciones volaran y que el resultado no estuviera sujeto a concreciones históricas ni a comparaciones efímeras.
"Hemos puesto en pie una obra ante todo romántica, una historia de amor entre el hombre y la danza. Hemos dado un grito desesperado y apasionado en tiempos de pocas pasiones y muchos gritos vacíos”.
Han pasado 18 años desde que escribí estas palabras que para mí siguen vigentes, pero El Loco que hemos puesto en pie esta segunda vez es muy diferente al que fue, y ha evolucionado, espero que para bien, al igual que lo hemos hecho tod@s l@s involucrad@s en esta creación, a la que hemos tratado de añadirle estos 18 años más de experiencia, vivencias y conocimientos técnicos y artísticos.
Creo que El Loco que van a ver no ha sufrido cambios, si no que los ha disfrutado.
Gracias a Paco López, casi pareja de hecho artística, por su magnífico guión y dirección escénica. Siempre es un placer contigo.
Gracias a Manuel de Falla y a Pablo Picasso, allá donde estén.
Gracias a Mauricio Sotelo por plasmar la locura en un pentagrama con tanta cordura.
Gracias a Cañizares por fusionar el flamenco del siglo XIX con el del XXI con total naturalidad.
Gracias a Jesús Ruiz por envolverlo todo con tanta belleza.
Gracias a Nicolás Fischtel por "iluminarnos", casi místicamente.
Gracias a Maribel Gallardo y repetidores del Ballet Nacional por su impresionante trabajo de recuperación.
Gracias a todo el equipo técnico por su implicación.
Gracias a las bailarinas, bailarines y músicos que han derrochado pasión, calidad y esfuerzo y que desde ahora ya son "mis niñ@s”.
Y sobre todo, gracias a Rubén Olmo por hacer posible este privilegio, este sueño hecho realidad.
Espero que ustedes disfruten tanto viendo la obra, como yo he disfrutado en su proceso de creación.
Javier Latorre, Coreógrafo
PROGRAMA
PRÓLOGO
SANATORIO DE EPSON, 1941
Madrugada de insomnio en el siquiátrico: una más para Félix y sus fantasmas: Karsavina, Diaghilev, Massine: El sombrero, su fracaso. Bailar el Molinero: su obsesión.
La locura es un lugar sin límites, sin tiempo.
La visita de la Dama Blanca: por fin, la muerte, tan deseada.
Y la memoria: el regreso al paraíso perdido.
I. EL VIAJE A LOS ORÍGENES
AIRES DEL SUR
Primera década del siglo XX. Celebración de la vida, al sur, un día del final de la primavera. Alegre confusión, jaleos. El juego del requiebro, del enamoramiento.
Félix es uno más entre ellos, en el luminoso alboroto.
PROFESIÓN DE FE
La fiesta evanesce. El ritmo se hace grave, ritual.
Un halo de luz envuelve al Bailaor Antiguo.
Félix lo observa: el discípulo que aguarda la enseñanza del maestro, el joven Félix Fernández esperando la clase del señor Molina.
Félix, descubriendo la única pasión, su única fe verdadera.
II. EN UN CAFÉ CANTANTE
1916.
Una noche, en el Novedades. El café: alegre, bullanguero. El escenario, en penumbra, se anima: el espectáculo ha comenzado. La artista invitada baila por alegrías.
Se incorporan al público Diaghilev, Massine y Tamara Karsavina: expectación.
Félix -ritual, ensimismado- baila una farruca. Y el arrebato.
Diaghilev reclama la presencia de Félix: quiere enrolarlo en un proyecto nuevo, grandioso: el estreno en Londres de un ballet español.
(INTERMEDIO)
III. EL SOMBRERO DE TRES PICOS
LES BALLETS RUSSES
Londres, 1919.
La compañía de los Ballets Russes ensaya. Félix interrumpe, corrige. Todos observan, comentan: Félix, desentrañado en un mundo inabarcable, ajeno. La exclusión ya es manifiesta.
Massine, el Molinero, baila con Karsavina: la felicidad de la tarde que concluye. Félix irrumpe, desplaza a Massine: él es el Molinero.
Diaghilev asiste al ensayo: la decisión está tomada.
La mirada -la mente- de Félix transforma la realidad, la identidad de los personajes: don Quijote zaherido por gigantes, y no por las aspas de los molinos.
Tras la farruca, un silencio de hielo. Félix se ha quedado solo: infeliz náufrago a la deriva en un mundo hostil, vacío.
EL DESENCANTO
La desesperanza infinita es el escenario de un teatro: Félix lo recorre, perdido, deshabitado. Efímeras alucinaciones: la Molinera, el Molinero. El rumor del público llega, desde la sala.
Al tiempo, Félix es una sombra errática en las calles londinenses.
22 DE JULIO DE 1919
En el escenario del Teatro Alhambra, se estrena El sombrero de tres picos. Félix, perdido en la noche, intenta dejar de oír esa música extraña, enemiga; olvidar que él no está en ese estreno que está llegando a su final. Pero los hombres del Corregidor lo persiguen: han escapado del escenario, lo acosan en la calle de la noche.
NOCHE DE ESPECTROS
Félix escapa y –en su insania, en su memoria alucinada- está, de nuevo, en medio del escenario del Teatro Alhambra. Noche de espectros, máscaras fugaces: Félix, perdido en un laberinto de azogues.
Apoteosis final: la compañía agradece los aplausos del público: en su imaginación, el éxito del estreno y su grito desesperado.
IV. FÉLIX, EL LOCO
LA FARRUCA
Fantasmagorías: el Bailaor Antiguo, la Dama Blanca.
Félix está en la iglesia de Saint Martin-in-the-Fields. A través del hueco del rosetón se proyecta un círculo radiante de luz lunar sobre el suelo: el altar, el escenario, el mundo. Suenan las fanfarrias, se encienden las candilejas. El momento ha llegado. Félix bailaba su farruca: el dolor de vivir; la realidad contra el deseo.
LOCURA, ARDIENTE OSCURIDAD
Después, el silencio es una sorda bofetada de agua helada: no hay vecinos sonrientes, no hay espectadores en las sillas vacías, no hay un teatro en Londres, no hay estreno para un loco.
El Bailaor Antiguo se ha levantado: quiere recordarle la única verdad. La escena queda interrumpida bruscamente. Aparecen unos policías londinenses: los insaciables sicarios del corregidor Diaghilev. Detienen a Félix, que ya es un pelele atrapado, que ya es un loco, al que acaban de empujar al interior de una sórdida sala, en el sanatorio de Epson.
EPÍLOGO
SANATORIO DE EPSON, 1919-1941
Félix está solo, infinitamente solo. La locura es un lugar sin límites, sin tiempo. El tiempo pasa y no transcurre: en Epson.
Mira a su alrededor: todos los espectros habrán ido abandonando el teatro de su fracaso. La Dama Blanca parece esperarlo, para acompañarlo en el último viaje.
Massine, ese Massine: él, Félix, es el Molinero…
El goteo de un grifo en la noche.
La lluvia.
Con la música que se va.
Oscuro.